Gestión, Manejo y Adaptación de los Ecosistemas al Cambio
Paola Godoy, Maestria en Gerencia Ambiental-Universidad de los Andes
Es muy interesante ver cómo diferentes autores han escrito sobre la relación que existe entre una buena salud física y mental, buen estado de ánimo, niveles de estrés bajos entre otros, y el poder ver, disfrutar y apreciar de los espacios diría que no solo verdes, sino azules, coloridos, llenos de esa vida y magníficos colores que la naturaleza provee día tras día, noche tras noche, año, siglo, generación tras generación. Es un servicio ecosistémico que podría interpretarse como el cultural descrito en la literatura en donde el paisaje y el disfrute de la naturaleza por parte de los seres humanos es posible. Sin embargo, me atrevería a decir que más que un servicio cultural este sería un servicio de “soporte”, tal vez no en el sentido estricto como los científicos definen este tipo de servicio ecosistémico sino más allá. La naturaleza, los espacios verdes, azules, multicolores, proveen el soporte para la cordura mental, la recuperación de la paz, de la seguridad, es el soporte de lo que llamaría la columna vertebral de la “fe” humana. Y digo fe porque de acuerdo con lo descrito por Keith Tidball en su artículo Urgent Biophilia, el restaurar los espacios verdes, sembrar árboles, sembrar jardines, son reacciones manifestadas después de una crisis social, política, una guerra y no solo a nivel de los individuos víctimas de cualquiera de estos tipos de desastres sino de comunidades enteras que parece encontraron en el “reverdecimiento” de sus mundos la resiliencia para poder mantenerse fuertes ante otros posibles desastres.
La Biofilia o esa conexión que los humanos buscan subconscientemente con otras formas de vida (Wison 1984 en: (Tidball, 2012)) en donde hay una orientación psicológica de sentirse atraído a todo lo que está vivo y es vital, es según Wilson un resultado del proceso evolutivo de la especie humana, en donde hemos sido parte de la misma historia de todas las especies sobre el planeta Tierra, hemos respondido a las mismas leyes de existencia y por lo tanto no somos una especie ni excepcional ni con la que se haya hecho exenciones de ningún tipo. Básicamente lo que nos dice este autor, es que esa necesidad de “ver” el verde o “moverse” al verde es intrínseca, es la necesidad de una expresión biológica. Entonces es cuando dentro de mi surge una esperanza como bióloga que soy, amante de la vida en todas sus formas y es que a pesar de que el mundo hoy esté tan metalizado, pavimentado y lo verde, azul y de todos los colores cada vez sea reemplazado por lo que el desarrollo imponga con su fría concepción de lo que significa vida; siempre habrá algo en el ser humano que lo motive a mantener lo que aún hoy desconocemos, que nos da todo lo que necesitamos para continuar como especie sobre la Tierra y que simplemente llamamos naturaleza.
Y es que no hace falta hacer un análisis socioecológico tan profundo para ver claramente a que nos aferramos los humanos cuando de resiliencia se trata. Basta ver lo que un enfermo terminal decide hacer con sus últimos días o meses de vida cuando esta se le escapa sin control. Todos sin excepción se re-conectan con eso que se extingue dentro de sí, con la vida en todas sus formas. La biofilia es la respuesta inmediata de aquellos a quienes ni el dinero, ni el poder, ni las pertenencias que siempre buscaron puede devolverles lo más esencial y que en muchos casos ya no pueden recuperar, la vida. Los paseos a los parques, los amaneceres, el canto de los pájaros, la necesidad de admirar los colores y todas las formas de vida posibles que siempre estuvieron presentes pero tal vez nunca tuvieron tiempo de apreciar por la cosifilia, dinerofilia o cualquier otra filia lejana a la biofilia, se vuelven los servicios y bienes más preciados en unos segundos.
Adicionalmente, esa atracción biológica por otros sistemas vivos se agudiza en momentos de estrés de acuerdo con las teorías expuestas. Esto podría estar diciendo cómo la especie humana que es y ha sido por muchos siglos la especie dominante del planeta, en momentos de desastre, guerra, catástrofes pierde su estatus de superioridad y se reconoce solo como una especie más y no solo trata de unir esfuerzos con otros individuos de su misma especie sino que desvía su atención también a otras especies que pueden estar sufriendo el mismo estrés. Cuando hay encallamiento de ballenas u otros animales acuáticos, incendios, desastres naturales que ponen en peligro a miles de especies diferentes a la humana y no solo me refiero a animales, árboles consumidos por las llamas, el ser humano “sufre” y es cuando la biofilia surge y la atracción biológica lleva a que la vida se imponga.
Entonces, nadie sabe lo que tiene hasta que la biofilia se lo recuerda? Parece que si, en un mundo en el que estamos rebasando límites planetarios que ponen en jaque cada vez mayor a nuestros ecosistemas pero también a nosotros mismos, la biofilia no debería ser solo un término para seguir estudiando. Biofilia debería ser un gen dominante, que reaccionara a cualquier estímulo que nos estuviera diciendo que no hay que estar muriéndose, o salir de una guerra, o enfrentar una hambruna, para recordar que la existencia, recuperación y relación con cada forma de vida existente, nos hará más resilientes. Sin embargo, que bueno sería que ese gen llamado biofilia no solo fuera el instrumento para permitirnos recuperarnos y tener la capacidad de absorber las perturbaciones sin perder nuestras características esenciales cuando sobrepasamos los límites o la naturaleza nos recuerda lo vulnerables que somos, sino que fuera esa alerta que nos dijera “es mejor prevenir que resistir y aún más, que lamentar”.
Bibliografía
Tidball, K. G. (2012). Urgent Biophilia: Human-Nature Interactions and Biological Attractions. Ecology and Society, 1-18.