*Este artículo forma parte de una alianza entre El Espectador y la Asociación Ambiente y Sociedad.
Más de 20 líderes del país se reunieron en Villa de Leyva, convocados por la Asociación Ambiente y Sociedad, para conocer cómo pueden participar en las negociaciones climáticas. Buscan que la voz de su generación sea tomada en cuenta.
“En Buenaventura, Chocó, aunque llueve más fuerte que antes, incluso llevando al desbordamiento de los ríos, a los tres o cuatro días muchos amanecen secos”. Las palabras son de Wasinton Caraboli, de 23 años, y parte del Consejo Comunitario de la Cuenca Baja y Media del río Calima y del Proceso de Comunidades Negras. “En el Pacífico”, comenta, “el cambio climático se ha expresado en muchas formas, cambiando las dinámicas del territorio” y amenazando con que Buenaventura, quizá, quede en algún momento bajo el mar.
En Putumayo, en cambio, han observado otras cosas. Abuelas y mayores le han contado a Paola Margarita Chindoy, de 25 años, y miembro de la Asociación de Mujeres Indígenas “La Chagra de la Vida”, cómo los tiempos de la siembra se llenaron de incertidumbre. “Los abuelos se guiaban con las fases de la Luna para la siembra y la cosecha, pero actualmente esos tiempos han variado. Es verano cuando se supone que debería ser invierno o, al contrario. Y eso está afectando nuestra soberanía alimentaria”.
Ambos son consientes que lo que narran es solo un asomo de lo que podrían llegar a vivir sus comunidades más adelante. Que es el futuro de ellos, y el de niños y niñas, el que está en jaque. Lo saben ellos, por lo que han observado incluso antes de cumplir los 30 años, y lo dicen los modelos climáticos que han construido los científicos del Panel Gubernamental del Cambio Climático (IPCC). Si actualmente eventos como calores extremos ocurren 2.8 veces cada diez años, estos se darán 4.1 veces más en un mundo solamente 1.5°C más caliente para finales de siglo, e incrementarán a 5.6 veces con un aumento de la temperatura de 2°C. Lo anterior, sin embargo, es partiendo de la idea de que lograremos mantenernos por debajo del aumento de los 2°C, como prometieron hacerlo los países en el 2015, con el Acuerdo de París. Pero si superamos ese panorama, llegando a un aumento de 4°C, los jóvenes, y sus hijos, podrían vivir hasta 9.4 calores extremos a lo largo de diez años.
Es por esta razón que la Asociación Ambiente y Sociedad (AAS) convocó a más de 20 jóvenes de distintas regiones del país, en Villa de Leyva (Boyacá) durante el Encuentro Nacional de Juventudes por la Acción Climática. La idea, según María Alejandra Aguilar, coordinadora de Justicia Climática de AAS, es facilitar el fortalecimiento de liderazgos de los jóvenes y construir una red sólida para mandar el mensaje de que la acción climática es urgente. “Esta generación será una de las más vulnerables e impactada por la crisis climática, pero también es la generación que tiene en sus manos el poder de cambiarlo todo y catalizar la acción climática. Vemos que el movimiento climático en los últimos años ha estado impulsado por voces jóvenes alrededor del mundo exigiéndole a sus países y a las empresas contaminantes, responsabilidad, acciones contundentes y rendición de cuentas”, señala.
Y es que como lo recuerda Caraboli, para los jóvenes no ha sido fácil incidir en la agenda política. “Como jóvenes, en especial jóvenes rurales, hay unas limitaciones muy fuertes para llegar a los espacios de participación, empezando porque ni siquiera se nos garantiza transporte para llegar a ellos”, cuenta. “Aún se sigue pensando que, como jóvenes, no tenemos las condiciones para tomar buenas decisiones”.
Una justicia climática que necesita la voz del sur global
Daniel Mateo Gonzales, del cabildo indígena de Bosa, Bogotá, y quien habla en representación de la ONIC, tiene 19 años. Cuando niño, al salir para el colegio, se arropaba en sacos y gorras de lana. La zona por la que caminaba, y que hoy se comió la ciudad, era en su mayoría rural y la cubría la neblina. Hoy el escenario es otro. “Ahora desde las 6 am hace calor y los mayores nos comunican que eso es el territorio diciendo que estamos haciendo las cosas mal”.
Una historia similar cuenta Luis Fernando Chalparizán, del resguardo indígena de Panan, municipio de Cumbal, en Nariño. Él, de 25 años, ha visto cómo los incendios se han llevado entre 6 mil y 10 mil hectáreas del páramo de Chiles-Cumbal y, cómo los volcanes, las montañas de fuego y agua, han perdido el hielo. Los glaciares están dejando de existir. Por esto, Chalparizán se unió este año a la Conferencia Local de la Juventud en Colombia (LCOY), un espacio que, aunque reciente, busca que los jóvenes colombianos puedan representarse formalmente en los procesos nacionales e internacionales sobre las negociaciones de cambio climático.
No se trata de una tarea menor, ya que, como lo cuenta Aguilar, de AAS, tiene que ver con un concepto clave cuando se habla del futuro del planeta: la justicia climática. “Esta idea parte del hecho de que los impactos del cambio climático son diferenciados y desproporcionados para ciertas regiones del mundo y grupos poblacionales, relacionándose con etnicidad, género, edad y, por supuesto, nacionalidad, dónde las disparidades históricas existentes tienen un efecto y se potencializan”, cuenta. “A pesar de que el cambio climático es una problemática universal, los países del ´sur global´ son más vulnerables, aunque hayan contribuido menos al problema. Un grupo de países, casi todos pertenecientes al llamado ´norte global´, han sido los emisores históricos, por esto deberían tener mayor responsabilidad y compromiso frente a la reducción de emisiones. Además, tienen recursos que les permiten adaptarse mejor y más rápido al cambio climático, mientras que los países más vulnerables no. Es un problema que no solo se da en la escala de países, sino a niveles nacionales, ya que son las mujeres, pueblos indígenas, comunidades afro, niños, jóvenes y migrantes quienes son más vulnerables al cambio climático, por disparidades también históricas que mantienen a estos grupos marginados”. En otras palabras, la acción climática global necesita escuchar las voces de los jóvenes, mujeres, indígenas y afro del sur global a la hora de determinar cómo comprometerse para luchar contra el cambio climático. Y eso es lo que buscan los jóvenes colombianos.
Visitar los territorios: lo que los jóvenes piden a los delegados que irán a la cumbre de cambio climático
Cuando se les pregunta a estos líderes qué mensaje le quisieran dar al Gobierno y a las personas que irán a negociar sobre cambio climático en noviembre de este año, durante la COP26, coinciden en la respuesta: que visiten los territorios. “Yo los invitaría a comprender nuestro origen. A volver a los territorios para no tener un sentimiento individualista, sino de comunidad”, responde Paola Chindoy.
“Yo les diría que vuelvan a las bases, que vayan al pueblo y a donde está la gente de pie y vean cómo a muchos les toca reventar para subsistir”, agrega Gonzales. “Que la inclusión sea tenida en cuenta, pero no una que solo llene espacios, porque hacer presencia no es suficiente. Necesitamos ser los que tomamos las decisiones”, es lo que dice Caraboli.
Chalparizán parece dar una conclusión que lo acobija todo. “Antes de cualquier decisión, que visiten nuestro territorio para que entienda el contexto real del cambio climático. Que identifiquen las riquezas naturales de nuestras comunidades, las respeten y que se valgan nuestros derechos”.