El territorio amazónico es ancestral. No es el espacio geográfico alambrado incluido en el título de resguardo que otorga un Estado; es la vida misma que se teje desde el origen de los tiempos. En él tiene sentido nuestra identidad cultural, que es una totalidad territorial, espiritual, cultural y ambiental. Estos cuatro espacios de la vida material y espiritual no se pueden separar. Cuando se afecta una dimensión, inmediatamente se altera el curso de las otras. Las empresas que llegan desconocen esta visión y a su paso van causando daños y afectaciones por las que deben hacerse responsables.
La Amazonía (44,3% del territorio colombiano) es una región vital para el planeta, abundante en agua y biodiversidad. Por ser el bosque tropical más extenso del planeta juega un rol importante en la regulación del clima global. Es además, uno de los territorios ancestrales con mayor presencia de comunidades indígenas, con sus múltiples culturas y cosmovisiones. Acá habitan 56 pueblos indígenas, en 162 resguardos, en una extensión de 24.699.414 hectáreas (casi el 50% de la Amazonía colombiana). Sin embargo, la situación de titulación de tierras para los pueblos indígenas aún se encuentra en altos niveles de informalidad.
¿Cómo ven el territorio amazónico las empresas?
Las empresas ven la Amazonía desde un modelo de desarrollo extractivista, basado en la explotación de recursos naturales como los minerales, el petróleo, la agricultura, la ganadería o la silvicultura. Según este modelo, el desarrollo llega a través del crecimiento económico por la venta de estos recursos naturales. En este modelo, el Estado es un actor clave pues crea las condiciones que permiten a las empresas realizar la extracción de recursos, cediendo territorios para que puedan continuar con la explotación de estos recursos hasta que se agotan. Esto puede ser en periodos de 30 años o más.
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