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La comunidad que vive alrededor de esta montaña de 148 hectáreas, ubicada en los altos de Ciudad Bolívar, en límites con Soacha, sigue apostando por la protección de la zona de proyectos de vivienda y por recuperar la naturaleza que arrasó la minería.

En medio de la zona, que fue destinada para minería de materiales de construcción, se encuentra el palo del ahorcado, un árbol que se ha convertido en uno de los símbolos de la historia de la localidad y que genera pertenencia entre los habitantes.

Se ha convertido en un lugar religioso que es visitado por más de 20.000 personas en Semana Santa, una práctica que se lleva a cabo desde hace más de 30 años.

Según explica Lucía Duque, arquitecta de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.), las canteras que están en la zona no cumplen con los protocolos de manejo ambiental que estipula la ley.

“No se han realizado procesos de arborización, la explotación se realiza por fuera del polígono asignado, las partículas expulsadas al aire no se han controlado e incluso los habitantes de los barrios aledaños han presentado problemas de salud”, explicó la arquitecta.

Sumado a esto, los trabadores de las canteras quemaron parte de las raíces del “palo del ahorcado” y una de las habitantes de sector murió tras un accidente causado por una de las volquetas que transportaba los materiales.

Esto hizo que las personas se movilizaran para cerrar las canteras, entre ellos, “No le saque la piedra a la montaña”, una mesa ambiental que se creó en la localidad y consta de siete colectivos. La comunidad hizo un plantón durante un mes para evitar que entraran y salieran volquetas de las canteras, y luego de que la Secretaría de Ambiente comprobó que el plan de manejo de explotación minera no se estaba cumpliendo, selló la actividad. Pese a esto, el lugar sigue siendo blanco de proyectos de vivienda.

Carlos Arias, estudiante de la Maestría en Ordenamiento Urbano y Regional de la U.N, explica que el palo del ahorcado está rodeado por tres frentes de explotación y es uno de los símbolos culturales más complejos que tiene Bogotá.

Sin embargo, “no ha sido reconocido como tal, porque se desarrolla en el sur de la ciudad y está ligado al proceso de urbanización informal. Esto ha evitado que se le dé la jerarquía que tiene Monserrate o Guadalupe, siendo un hecho real que este lugar es tan iconográfico como los anteriores”, sostuvo.

Ante esta problemática la comunidad quiere construir un parque en el territorio que se llamaría “El Parque de Cerro Seco”. Y aunque este espacio no ha sido definido legalmente como un parque, la comunidad ya ha demarcado senderos, puntos de encuentro y lugares simbólicos como una laguna y los petroglifos que conservan de los antepasados.

Para hacerle frente a la situación, los estudiantes del semillero de investigación Praxis Urbanas, de la Facultad de Artes de la U.N., crearon un diseño para darle al lugar el carácter arquitectónico de este parque que, aunque no existe en la legalidad, sí está presente en el imaginario colectivo.

“Recuperamos los senderos para mantener los caminos que recorre la gente. Todo hace parte de una propuesta de parque metropolitano que también se conecta con la estructura urbana del barrio”, añadió la investigadora Duque.

La propuesta incluye la creación de un aula ambiental, un espacio de equipamientos educativos y convertir las zonas afectadas por la explotación en teatros y plazas.

La comunidad también ha participado en este proceso de creación y se espera que pronto se presente como una propuesta formal, para que el parque sea blindado y así conservar la historia y la tradición.

“Estos procesos de minería y de ordenamiento territorial no reconocen la cultura y es necesario fortalecer estas iniciativas para dar lugar a una ciudad más equitativa”, concluyó el estudiante Arias.