
Fuente primera publicación: La silla Vacia
Escrito por: Maria Alejandra Aguilar, Ambiente y Sociedad
Una historia de conservación en el departamento más deforestado de la Amazonia colombiana.
Cuando se llega en avión a la ciudad de Florencia, capital del departamento de Caquetá, pueden divisarse por la ventanilla algunos restos verdes sobre tierra rojiza, lo que alerta sobre la acidez del suelo y su fragilidad. Se ven también imponentes relieves, a la vez que grandes parches que dicen que eso fue algún día bosque. Al empezar a recorrer las afueras de la ciudad y sus municipios aledaños, salta a la vista la expansión de la ganadería, potreros tras potreros, unos sin vegetación, otros con algunas vacas. Lo que sabemos es que Caquetá ha sido históricamente el departamento más deforestado de la Amazonia de Colombia y que son varios los motores de esa pesadumbre, la ganadería extensiva, el acaparamiento de tierras y los cultivos ilícitos.
Caquetá hace parte del piedemonte amazónico, “la puerta de oro de la Amazonia”, pero la deforestación no da tregua y se esparce incluso hacia áreas protegidas y resguardos indígenas. El piedemonte es un área de especial relevancia, pues es la transición entre las montañas andinas y las planicies amazónicas, alberga una biodiversidad singular con múltiples especies endémicas, un sinnúmero de nacederos y poderosos ríos que alimentan al más largo del mundo: el Amazonas.
Desde muy joven, José Alfonso Ovalle quería hacer lo que otros consideraban un despropósito, dejar quieto el monte. Según sus palabras, para la gente de su comunidad un predio pelado era muy apetecido, mientras que un predio enmontado no valía casi, se despreciaba la selva. Condicionado por la guerra que padecía su territorio y las dificultades económicas, su sueño tuvo que esperar mucho tiempo, pero a la edad de 31 años lo convirtió en realidad. Por un precio justo, compró sus tierras a una señora que salía huyendo de la violencia.
Hace 27 años nació su proyecto: la reserva forestal Las Dalias. Comenzó con apenas 70 hectáreas. Gran parte de ellas eran potreros, pero José Alfonso tenía una visión clara, destinar estas tierras a la conservación, dejar que naciera bosque y que volvieran los animales. Su idea era revolucionaria y aunque le tildaban de loco, perseveró. Lo dejó todo para dedicarse de lleno a su proyecto. En 2011, veinte años atrás, se lanzó con el ecoturismo para impulsar su causa, con la perspectiva de generar ingresos y -desde la necesidad- crear conciencia en quienes visitaran el territorio. Desde entonces ha querido que quienes pisen Las Dalias se lleven consigo un mensaje sobre la importancia de la naturaleza y de la Amazonia.
“La naturaleza agradece a quien sabe cuidarla”, dice José Alfonso. Mediante un proceso natural de restauración, se empezó a levantar un bosque secundario y a cubrir lo que antes eran potreros con un capa vegetal que hoy es formidable. Convencido de que sus 70 hectáreas eran insuficientes para proteger las fuentes hídricas cercanas y sostener poblaciones estables de ciertas especies, se dio a la tarea de convencer a algunas personas vecinas para unirse a su propósito y dejar que el bosque hiciera lo suyo. Hoy la gente vecina y él tienen 1.000 hectáreas en proceso de conservación.
José Alfonso y La Dalias llevan consigo un mensaje de reconciliación. Según él, desde 2016, cuando se firmó el Acuerdo Final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, el panorama en el Caquetá cambió sustancialmente. Ha buscado que grupos de personas de la zona, que dejaron las armas en virtud de ese acuerdo y que ahora se dedican al medio ambiente, se unan a su proyecto, y por esto creó el sendero Paz y Reconciliación que lleva a los visitantes a conocer a los seres humanos detrás de un nuevo comienzo en sociedad y en armonía con la naturaleza.
En su predio, también se han descubierto nuevas especies de flora, entre ellas, la Boyania Colombiana, una muestra de la importancia de la conservación del piedemonte amazónico y su biodiversidad. Esta historia resulta más que inspiradora cuando se contrasta con la realidad que sufre la Amazonia, el bosque tropical más grande del mundo, fundamental para los ciclos hídricos y de carbono del planeta, decisivo -por ende- para hacer frente al cambio climático. Toda esta selva está cambiando aceleradamente y está siendo empujada hacia el punto de no retorno, en 2019 perdió 2.4 millones de hectáreas de cobertura forestal. En palabras del brasilero Antonio Nobre, uno de los climatólogos más importantes del mundo y conocedor de este ecosistema, la situación es más que preocupante: “en la Amazonia, no se puede tumbar un árbol más”.
Los planes de José Alfonso son seguir luchando por el piedemonte y hacer un museo sobre la historia del caucho y su efecto en los municipios del Caquetá; recoger esa historia desde el paso de la Casa Arana y los procesos de colonización hasta nuestros días. Tiene la certeza de que conocer nuestra historia dará luces a nuestro futuro.
Para salvar a la Amazonia y a la especie humana de la destrucción, necesitamos más personas que naden a contracorriente y que estén comprometidas, como José Alfonso, con la defensa del ambiente, con plantar semillas de cambio de esa relación depredadora de los seres humanos con la naturaleza.