Primera publicación: El Espectador
Por: Redacción Ambiente y Sociedad
Más de 500 campesinos se reunieron para poner un puesto de control, durante diez meses, en donde hacían rastreo de las personas que entraban o salían de las veredas, además de implementar medidas de bioseguridad. Es la única localidad en Bogotá que no ha reportado casos.
Están organizados en una especie de multitud. Escapando de la lluvia, que a esa hora empapaba el páramo, bajo sombrillas y carpas. Es una escena rara, inusual, en medio de la pandemia. Los rodea una cinta de “peligro: no pasar” con la cual evitan que cualquier extraño se acerque más de lo debido. Saben que así, reunidos entre ellos, no asumen mucho peligro de contagiarse de coronavirus, pues hacen parte de la localidad de Sumapaz, la única entre todas las de Bogotá en la que no se ha reportado ningún caso.
Al lugar en el que están le llaman el punto de control Salvador Allende. Una zona en la carretera principal, vía al corregimiento de San Juan, en la que se ubicaron desde hace ya diez meses, cuando Bogotá y toda Colombia cerró ante la amenaza del coronavirus. Allí vigilan qué carros entran, para dónde van y, hasta hace una semana, devolvían al que no fuera parte de la comunidad o estuviera autorizado por algún miembro para entrar a algunas de las catorce juntas que siguen a partir de ese punto. “Esta medida la tomamos el 24 de marzo porque empezamos a ver a mucha gente de la capital viajando por esta parte. Era una vía de escape para algunos; pero era un riesgo grandísimo para nosotros y nuestros familiares, porque aquí solo contamos con un puesto de salud: una UPA (Unidad Primaria de Atención). No podíamos arriesgarnos a que una persona se contagiara”, comenta Misael Vaquero, presidente de la junta, quien lleva un sombrero cubierto de plástico para evitar la lluvia.
De alguna manera, la comunidad creó un programa de seguimiento y rastreo. A los pocos que tenían que ir a Bogotá, se les daba un permiso. Y para disminuir los riesgos, dicen, tenían que ir y volver el mismo día. Si algún carro que no reconocían decía que iba para una de las veredas cercanas, llamaban a alguien de la comunidad para asegurarse de que fueran a ese lugar y no a otro. Si era simplemente turista, no se dejaba pasar. Se pedía a la gente que se devolviera para Bogotá.