Por Angélica Beltrán

Columna publicada originalmente en Semana Sostenible

La desición de Trump de dar la espalda al cambio climático puede ser un riesgo para Estados Unidos de quedar sin voto en espacios que pueden determinar la balanza energética y económica mundial de los próximos 50 años.

“America First” – “América Primero”, el plan de gobierno del presidente estadounidense Donald Trump, cuenta con un plan energético frente a cambio climático opuesto a la postura de la administración de Barack Obama. Acorde a la línea proteccionista, América para los americanos, que llevó a Trump a la Casa Blanca, el petróleo y el gas natural, serán las fuentes principales para lograr la independencia energética del país norteamericano. Un futuro que no dista de ser probable si vemos que las cifras de producción petrolera de Estados Unidos han aumentado en los últimos años, a lo que se suma la disminución en los costos de producción por la implementación de nuevas tecnologías y el descubrimiento de nuevas reservas.

Es precisamente esta diferencia de c

costos, entre el obtener una tonelada de carbón contra el costo de obtener su equivalente en petróleo o gas, la que hace altamente improbable el repunte de la industria carbonífera planteado en el mismo documento. Según la nueva orden ejecutiva “Promoviendo la independencia energética y el crecimiento económico” firmada por el presidente Trump el 28 de marzo de 2017, esto será subsanado al anular o disminuir el alcance de la legislación ambiental frente a esta industria, conocida  tal como el “costo social del carbón” determinado por la  EPA (Agencia de Protección Ambiental), y que en sus palabras  se le denomina como “guerra contra el carbón”.

La nueva orden revoca ordenanzas y memorandos presidenciales entre los cuales se encuentran el memorando presidencial de septiembre de 2016, “Cambio Climático y Seguridad Nacional” y la Orden Ejecutiva de 2014 “Desarrollo Internacional Resiliente al Clima”. Estos documentos, reconocían la importancia crítica que los fondos de ayuda internacional de los Estados Unidos para la adaptación al cambio climático, tienen para manejar el riesgo en los países vulnerables. Dentro del plan de ayuda internacional incorporaba la resiliencia climática, la mitigación, la creación y la divulgación datos, herramientas e información sobre cambio climático.

La participación de Estados Unidos es importante dentro del mapa de financiamiento climático mundial de manera directa como a través de organismos como la Convención Marco de Cambio Climático (CMNUCC) y su Fondo Verde del Clima (19% del valor total comprometido hasta ahora, aún no desembolsado, corresponde a Estados Unidos). En este esfuerzo lo acompañaban otros países como Alemania, Reino Unido, y la Unión Europea en general, quienes están tomando un papel importante en este tema.

En el tema de las energías alternativas los actores cambian y  países como China e India toman el liderazgo en inversiones locales e internacionales en el tema, indicando un cambio en la tendencia de la matriz energética mundial hacia el 2020.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) señala  que las mayores fuentes de financiamiento climático corresponden a los bancos de desarrollo local (45.8%) y la banca multilateral (42.1%). En cuanto a financiación por Fondos Climáticos para la región hasta octubre de 2016, del total comprometido, un 14.5% correspondía a Estados Unidos.

En general, si se presenta el retiro de los Estados Unidos del panorama de financiamiento climático, América Latina tiene que examinar oportunidades para incluir nuevos actores dentro de la matriz de financiamiento de las Contribuciones Nacionales Determinadas – NDC´s- siendo muy probable que el sector privado entre a jugar un papel decisivo. Igualmente, la inversión pública en este tema tendrá que aumentar, en concordancia con los compromisos de los países frente a la CMNUCC.

La decisión de Trump de dar la espalda al cambio climático y probablemente abandonar el Acuerdo de Paris, es una pérdida para el financiamiento de la agenda mundial, pero a la vez puede ser un riesgo para Estados Unidos de quedar sin voto en espacios que pueden determinar la balanza energética y económica mundial de los próximos 50 años.