Por Natalia Gómez Peña*

*Abogada Investigadora – Área de ciudadanía, acceso a la información y participación en materia ambiental.

Columna para Semana Sostenible 

Érase una vez una ciudad donde los ciudadanos tiraban basura a la calle, no respetaban las señales de tránsito y todos los días se quejaban de su mala suerte sin preguntarse: ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a mi ciudad?

Érase una vez una ciudad rodeada de cerros, montañas y espectaculares paisajes. Cerros y montañas que sus habitantes no conocían, y que solo parecieron notar cuando manos criminales, acompañadas de la ola de intenso calor que sufrió  la ciudad por esos días, provocaron más de 300 incendios forestales en solo dos meses, dejando un triste saldo de pérdidas de flora y fauna.

Lo más paradigmático es que ante el desconocimiento de la gente, muchos grupos ciudadanos empezaron a organizar caminatas y recorridos para promover la reapropiación de los cerros, despertando el interés de la población que empezó a conocerlos y visitarlos cada vez más. Sin embargo, los visitantes empezaron a causar impactos: caminantes sin conciencia ambiental dejaban basuras o transitaban por fuera del sendero produciendo deforestación a su paso. (Vea: 5 situaciones que evidencian los incendios en los cerros de Bogotá)

Érase una vez una ciudad donde constructores ilegales de viviendas de lujo secaron una quebrada para construir doce viviendas en terrenos de reserva forestal, ante la mirada atónita de las autoridades ambientales, y el Gobierno Distrital y su poca capacidad para proteger los recursos naturales. (Vea: Secan la quebrada Rosales para construir viviendas de lujo)

Érase una vez una ciudad que no respetaba el concepto de reserva forestal. Más de trece estudios de fauna y flora hechos por expertos científicos y pagados por el mismo gobierno daban cuenta de la importancia de la reserva forestal, de su biodiversidad y de los servicios ecosistémicas que prestaba como área de recarga de aguas para la ciudad. Sin embargo, un funcionario de esta ciudad decía: “no hay reservas intocables”, mientras su jefe planeaba desconocer los estudios que por años se habían desarrollado para no poderla urbanizar, amenazando con agravar los efectos que el cambio climático ya mostraba en la ciudad. (Vea: El cara a cara entre Peñalosa y los ambientalistas por la Van der Hammen)

Érase una vez una ciudad que no cuidaba sus humedales, que poco a poco se habían ido degradando a tal punto que muchos de ellos ya parecían completos basureros. Los humedales que en el pasado eran sitios sagrados para las comunidades indígenas estaban ahora a la merced de públicos y privados que con su desidia habían ido acabando estos ecosistemas sin ningún tipo de consideración a su valor.

Érase una ciudad que trató de implementar restricciones para controlar el tráfico vehicular por sus vías, sin desarrollar un sistema de transporte público eficaz que respondiera al crecimiento de su población. Estas medidas no fueron efectivas y más bien agravaron la situación provocando que las personas compraran dos o tres carros por familia, y convirtiendo el tráfico en una verdadera pesadilla para los desesperanzados ciudadanos.

Érase una vez una ciudad que recibía a todos pero no era de nadie. Una ciudad de más de nueve millones de habitantes pero con pocos dolientes, donde la cultura ciudadana parecía solo un recuerdo de viejas épocas, cuando un alcalde con mimos y payasos intentó implementarla en la cabeza de sus habitantes. Donde los ciudadanos tiraban basura a la calle, no respetaban las señales de tránsito, dañaban parques y bienes públicos, vivían con constante miedo de salir a la calle por la inseguridad, y todos los días se quejaban de su mala suerte y de sus malos gobernantes sin preguntarse: ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a mi ciudad?

Érase una vez una ciudad llamada…………… Bogotá.